Sin hacer un recuento exhaustivo creo que estoy en disposición de afirmar que he estado en tantas iglesias como en peluquerías, así que soy exactamente tan calvo como ateo. El mismo grado. Probablemente una cosa tenga algo que ver con la otra; al fin y al cabo ambas son carencias (de fe o de pelo), y no niego que tener una cabellera frondosa y sedosa me ayudaría a ver la vida de forma más positiva y probablemente aceptaría a Dios en mi seno. Y le pondría bigote con mis cabellos.
¿Por qué digo esto? Por asociación de ideas. En otras palabras: no lo sé. Supongo he visto al peluquero vietnamita cortando el pelo con un wakizashi y he asociado la peluquería con lo divino y a partir de ahí me he liado. El wakizashi es una espada corta de samurái que indicaba su estatus como tal; he aquí lo que he aprendido jugando a La Leyenda de los Cinco Anillos.
El ser se llama Nguyen Hoang Hung y os aconsejo que veáis el vídeo hasta el final, que el tipo se emociona y empieza a hacer florituras. También parece que al principio casi le suelta un tajo a un extra fuera de plano, pero no estoy seguro.
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