No nos bañamos más porque la bañera está situada en la bañera. O sea, está mal situada. Si estuviera en otro sitio tendría más encanto. En lo alto de una montaña, por ejemplo. O en una azotea. O en un andamio (digo lugares con altura porque bañarse es para gente con clase. Lo de la ducha es de pobres a no ser que te duches con traje y que puedas contratar a un tipo que te espere fuera de la ducha con otro traje planchado y limpio. El tipo se debe llamar Alfred y las madres no cuentan).
Esta hermosa bañera hinchable hace que bañarse se convierta en una actividad de campo. Algo que hacer los domingos entre los algarrobos. Llegar, hinchar la bañera, llenarla de agua, mirar al horizonte, disfrutar de la naturaleza y luego pasar completamente de ella al conectar el portátil a un árbol (¿no dicen los naturistas que la savia tiene muchas propiedades? Pues a ver si tiene wifi).
La queréis. Lo sé. Y el hecho de que la chica de la fotografía se bañe vestida hace que lo queráis todavía más. Pues venga, 200 euros y es vuestra. Mandad postales de la ruta que hagáis, anda.
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